ENTREVISTA CON JEAN-LUC NANCY (en español)

Entrevista con Jean-Luc Nancy[1] publicada el 2/10/2015 en la revista L’humanité.fr. El filósofo habla sobre su último libro “Demande”, donde considera las relaciones entre la filosofía, la literatura y la verdad. Asimismo responde sobre su acercamiento al pensamiento de Martin Heidegger en su libro “Banalité de Heidegger”,  y sobre la nueva forma con la cual el Papa Francisco propone el cristianismo y su Iglesia.
Texto original en:

Demande” (Ed. Galillée), publicado en el inicio del año de 2015, añade una treintena de sus textos. Esta selección despliega claramente una reflexión acerca de las relaciones que la filosofía y la literatura mantienen con la verdad. ¿Por cuales medios propios a una y otra ellas demandan la verdad?
Jean-Luc Nancy La palabra « verdad » trae una carga bien particular: la representación o la evocación de una presencia de lo real, lo de las cosas, de los demás o de nosotros mismos, del mundo. « Real » es, por su vez, una palabra que implica la verdad: eso que existe « verdaderamente », absolutamente, independientemente de todas las representaciones, imaginaciones, interpretaciones, etc.
La filosofía interroga esta postulación de una verdad y/o de un real. Se puede decir por ejemplo que la verdad es obtenida por la crítica de todo eso que uno designa como ilusión o falsedad. Pero es necesario saber qué se puede así designar…Eso que nos aparece no puede ser más que apariencia – pero, al revés, el aparecer mismo, la manifestación, podría ser siempre verdadera como tal. ¿Qué quiere decir la palabra griega “fenómeno”? ¿Aquello que aparece o el aparecer en tanto movimiento de ser, de existir?
Interrumpo, ustedes ya comprendieron que uno podría así encadenar indefinidamente a través de toda la historia de la filosofía. Eso significa que la verdad –que según Espinosa “se manifiesta de ella misma”- es a la vez agente activo de la filosofía y su línea de fuga. Lo que no quiere decir que ella escapa siempre! Al contrario, ella se afirma en esta fuga que refuerza todas las significaciones y nos hace saber que la verdad no es una significación –no más que lo real no es « algo».
La literatura, ella, no se pregunta sobre la verdad: se puede decir que ella es inherente, o que ella la produce. Cuando ustedes leen a Proust, Shakespeare, Thomas Mann o a Roberto Bolaño, no dirán que es “literatura” en el sentido de indicar que es ficticio, ilusorio e inconstante (“irreal ”). Es cierto que la palabra “literatura” ha tomado este sentido de: aquello que no tiene la sólida certitud masiva de las cosas tangibles. Porque hay muchas producciones escritas, filmadas o cantadas, que buscan más que divertir desde el elemento del sueño o la magia. Pero, pienso que éstas y aquellos que las prueban (a los cuales todos hacemos más o menos parte) saben muy bien que lo que hacen es su número de evasión.    
En contrapartida, escritores como los que tomé como ejemplo están comprometidos completamente con otra cosa. Se trata de hacer o de dejar hablar (la diferencia aquí es impalpable…) lo que justamente se mantiene más acá o más allá de las significaciones. Proust  abre su Recherche[1] con la frase: “Longtemps je me suis couché de bonne heure” (Durante mucho tiempo me he ido a la cama temprano). En tanto información esta frase es pobre y no interesa a nadie. Pero no leo para informarme; incluso no sé quién es este  “yo” que habla. Mucho menos porque escribe en primera persona. No obstante, estoy atrapado en la frase, en su estilo: ella comienza por “ Longtemps” . Este adverbio imprime una cadencia lenta que deja mucho tiempo suspendido en una falta de precisión explícita, así como “de bonne heure” sigue poco determinada ¿Quién habla ahí? ¿Por qué dice eso? ¿No soy rápidamente enviado a mis momentos de ir a la cama en la infancia o juventud? Asimismo, este narrador habla en el pasado, habla del pasado: ¿cuál? ¿Por qué?
Como para la filosofía, interrumpo también, pues eso sería interminable. Pero no de la misma manera. No se trata aquí de fuga, sino más bien de un retorno al infinito: esta frase y todo el libro que ella abre son producidos evidentemente para ser retomados, releídos y sobre todo rumiados, re-escuchados,  saboreados y tocados de todas las formas posibles. No digo  «interpretar », lo que claramente es posible y deseable, sino probar, recitar, sentir, dejarse tocar por la verdad propia, singular y, por tanto, bella y bien comunicada, contagiosa, que aquí hace hablar la vida de una voz inimitable. Sí, es la vida –lo real, la verdad- la cual se manifiesta ella misma (y al mismo tiempo es particular, datada, situada, etc.).
Esta antología es la oportunidad de (re)descubrir lo que usted desarrolló sobre el sentido, entendido como nómade, abierto. El sentido aquí es equívoco. Él puede ser entendido, por un lado, como sensibilidad, vinculada al cuerpo, al tacto y a los artes, y, por otro, como significación cuyas posibilidades son infinitas. ¿En su manera de privilegiar la búsqueda de la “existencia del sentido” a una búsqueda del sentido hipotético o providencial de la existencia, usted escribe, igual que Roland Barthes, para “agitar el sentido del mundo”?
Jean-Luc Nancy Quizá menos “agitar” -gesto voluntario, medido- que dejar manifestarse una agitación que recorre sin cesar el  “sentido del mundo”. En lugar de lamentar una ausencia de sentido y siempre esperar una significación final (Dios, el Hombre, la Ciencia, etc.), se dejar captivar por la pasaje constante, polimorfa, metamórfica y sin conclusión de sentido que circule por todo y para todos. Cada existencia es un hogar vibrante de sentido, la de un animal también o de una galaxia. Querer un sentido único obra sobre una violencia: la muerte de otros sentidos y de su frotamiento mutual.
Usted narra las difíciles conexiones, para no decir peligrosas, entre poesía y filosofía. Desde la afirmación de que « la razón pide la poesía», usted estudia la desconfianza con respecto a la poesía. ¿De qué esta negación, ahora masiva, es un síntoma y cómo podemos todavía “contar con la poesía”?
Jean-Luc Nancy Hay un rechazo a la poesía que justifica un pasado pesado de poetización, una epopeya o un idilio universal, un himno a una historia triunfal. Aun la fuerza de un René Char o la gracia de un Paul Éluard han generado esta confianza de una salvación por el verbo. Como Adorno ha enfatizado tempranamente, hemos tornado la poesía en este sentido imposible. Pero él también ha afirmado que se necesita otra poesía. Paul Celan ha sido una primera señal. Se trata de acoger lo que Jean-Christophe Bailly llama “la condición de posibilidad de una frase a venir, que podrá ser mantenida como esto a venir”. Y añado: el a venir, la venida de un sentido, de un momento de sentido singular; la precisión, la exactitud de una existencia ni sublimada ni devastada.  
En el momento que Occidente titubea descaradamente sobre la situación de los migrantes, Cosmopolitas de todos los países, dispuestos a los más duros sacrificios, “aún un esfuerzo!”  (Jacques Derrida, Ed. Galilée, 1997) resuena gravemente. ¿Cómo la raridad de refugios territoriales y la inhospitalidad que oprime el “extranjero” le hacen reaccionar?
Jean-Luc Nancy Es una de las más odiosas maneras con la cual parecemos ocuparnos duramente, cruelmente, para deshacer lo que hemos proclamado (“humanismo”, “igualitarismo”, “dignidad”, etc.). La palabra “cosmopolita” recuerda a una herida apenas cubierta: el “cosmos”  y la “polis” están sistemáticamente deshechos. La dimensión de los mecanismos que conducen a hundir millones de personas en las aguas de Italia o Malasia es tal, que causa confusión: crises, luchas, identidad, explotación, cálculos, mercenarios y mafias de todos los géneros, falsos Estados y falsas alianzas, verdaderos predadores y verdaderos saqueadores, que están por todos lados, que gobiernan todo, auxiliados por la precariedad, la pobreza o el miedo de los habitantes de Europa, de Indonesia o de otros posibles lugares que les acogen. Incluso nos molestamos con todo discurso virtuoso cuya acumulación acusa la impotencia. Es claro que hay que ejercer toda presión posible y sostener las iniciativas. Pero también hay que reflexionar ampliamente y con la independencia que he evocado: son máquinas enormes que están funcionando, rompiendo aquí y allá, explotando los recursos, abriendo campos por allí, vendiendo armas por allá…  
En la noche interminable que recae sobre Europa, y particularmente sobre Grecia, su obra la Communauté désavouée (Ed.Galilée) suena también con fuerza. ¿Será urgente repensar los comunes que hacen falta en la promesa europea inicial de una “comunidad de pueblos”?
Jean-Luc Nancy: El libro al cual usted hace alusión es sobre todo consagrado a clarificar las propuestas políticas de Blanchot. Esta propuesta aristocrática y soberbia, este anarquismo de soledad sublime, me parece revelar una dificultad profunda de nuestra cultura en vislumbrar lo “común” y de una desconfianza profunda en la democracia, las cuales van más allá que del pensamiento de Blanchot  entre nuestras clases intelectuales. Es cierto que siempre hay formas “aristocráticas” de arte, de pensamiento…sin embargo, lo común no deja de ser eso que inicialmente nos hace existir. Una civilización, es cuando el arte más grande también tiene cualquier cosa de común. Dante, Shakespeare, Miguel Ángel, han circulado realmente en lo común de la Europa. La Europa de hoy se contradice ella misma: ella calcula las normas del colectivo mercantil, y no de lo común.     
Su histórico está imbricado al catolicismo social y usted ha invocado una deconstrucción del cristianismo con su libro Déclosion [2] (tomo I) y l’Adoration[3] (tomo II). ¿Usted ve aflorar, en la acción y el discurso del papa Francisco, esta deconstrucción?
Jean-Luc Nancy: Una deconstrucción del cristianismo sólo tiene sentido fuera de cualquier iglesia y cualquier religión. Hay que reconocer que el papa Francisco discierne bien varias llagas del mundo actual (y también de su Iglesia). Eso es, a la vez, un síntoma: esta Iglesia está obligada a reconocer lo que ella durante mucho tiempo ha negligenciado, ya que la injusticia deviene muy evidente al mismo tiempo que no hay más evangelio social-comunista. Es decir, el judío-cristianismo fue originalmente un síntoma del paso de una riqueza sagrada a una riqueza especulativa: desde ahí la condenación de las riquezas y de la especulación...
Usted ha publicado recientemente “Banalité de Heidegger” (Ed.Galilée), en la estela de la retumbante publicación de sus Cuadernos personales, dichos “Negros”, donde su antisemitismo ya no es sólo suposición. ¿El antisemitismo esparcido presente en estos escritos se distingue de la verborrea nazi oficial?
Jean-Luc Nancy  A la vez que él se distingue, porque está forrado de un anti-nazismo igualmente virulento, no se distingue, porque se apega al antisemitismo más ordinario de los nazis – y de muchos otros. Él ve judíos y nazistas a afrontarse en nombre de un principio racial, mientras que él se supone por encima, visionario de un destino occidental catastrófico donde los judíos serían la figura ejemplar, no racial, sino “metafísica”. En nombre de eso, él retoma los clichés antisemitas más groseros y vulgares…
¿La desconfianza frente a Heidegger inicia para usted, como para Derrida, con el reconocimiento de la importancia de su pensamiento?  
Jean_Luc Nancy Nadie puede negar que la cuestión dicha “el sentido del ser” ha movido la filosofía como había hecho la “critica” kantiana o la “praxis” de Marx. Declarar imposible el substantivo “ser” é un gesto del pensamiento de un alcance excepcional. Todo filósofo serio lo sabe. En cambio, atribuir a este “ser” salido de la ontología una historia con primero comienzo (exclusivamente griega) seguida de un “olvido” desastroso que llevará a un nuevo “comienzo” inaudito, eso es lo que queda sometido a un esquema destinal, una suerte de mesianismo, de parusía y de apocalipsis reinvestido sobre un modo visionario, inflado y belicoso –que es prueba no sólo de un delirio personal, sino de un profundo mal-estar, incluso de un desesperación del pensamiento en medio al siglo XX. Ha habido, además, corrientes opuestas, logicistas o pragmatistas, que también han demostrado esta desesperación. El Occidente ha comenzado a tremer sobre sí mismo y por sí mismo. Y eso no ha acabado.




[1]Referencia al conocido libro de Proust: A la recherche du temps perdu (En búsqueda del tiempo perdido).
[2] Cf.: Jean-Luc Nancy, La Déclosion, Déconstruction du christianisme I, Paris: Galilée, 2005
[3] L’Adoration, Déconstruction du christianisme II, Paris, Galilée, 2010


[1] Jean-Luc Nancy nacido en 1940  en Bordeaux, después de haber estudiado teología siguió con la filosofía en Paris en la Univerdidad de la Sorbonna. Ahí fue alumno de Georges Canguilhem y  de Paul Ricœur, este último dirigió su tesis sobre la religión en Hegel. En 1968 empezó a trabajar en la Universidad Marc-Bloch en Strasbourg, donde actualmente es profesor emérito. Nancy actualmente también es colaborador de la Universidad de Berkley y de Berlin. Su pensamiento ha forjado conceptos a partir de su contacto con el arte, con las corrientes estructuralistas y sus experiencias personales, como el trasplante de corazón que le realizaron en 1991. Sus trabajos resultan de diálogos con sus amigos y filosofías con las cuales se encuentra involucrado, con especial atención a Philippe Lacoue-Labarthe, Jacques Derrida, Maurice Blanchot, entre otros.

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